Camino de sinuosas curvas, salimos de casa con la idea de resolver cosas, en todas estas cosas hay palos, una salida convertida en filigrana, resulta motivador resolver varias tareas en un corto espacio de tiempo.
Pasamos por delante de ella sin tener previsto parar. Continuamos y al avanzar en el camino y ganar altura vemos la edificación en ruinas, le faltan las puertas y las verjas de metal. Indicativo de que aquel lugar hace tiempo que dejó de funcionar.
Muchas veces he pasado cerca de allí, pertenece a mis areas comunes. Pero por su ubicación nunca había pensado en la posibilidad de entrar.
Cuántas veces he pasado por delante de aquella plantilla pintada en la pared intervenida por algún espontáneo, Pirotecnia ANAL sin interesarme por visitar el lugar?
Depende de la dificultad o la hostilidad de los lugares es necesario la compañia. Que uno empuje al otro, que se contagien las ganas.
Saltamos al mismo tiempo, un coche viene desde lejos pero lo hacemos rápido y nadie nos vé!
De saltar una valla, el momento crítico es el momento de trepar por ella, luego.. dentro del lugar no tiene porque despertar desconfianza. Depende del lugar y del tejido vecinal que haya alrededor. Por lo general las zonas con más actividad, y flujo de gentes el anonimato es mayor y el compromiso con los espacios es menor.
Dentro, llama la atención la distribución de las casetas, pequeños espacios destinados a la manipulación de explosivos, distanciados unos de otros. Entendemos que para evitar la explosión en cadena en caso de haberla. Algunas de ellas están rodeadas de paredones de hormigón, quizás donde se manipulaban explosivos más peligrosos o de mayor cantidad.
Más alejado, almacenes donde aún se conservan los soportes cilíndricos donde cargaban la pólvora.
La recorremos caseta por caseta, ya solo quedan las mesas que dan pie a imaginar como manipulaban los artefactos. Colgados en la pared aún se conserva un marco de aluminio azul que se repite en todas las salas anuncian el tipo de actividad, el número de operarios, la cantidad de material explosivo, o las medidas de precaución...
Atraído por el azul y su buena conservación decido llevarme 4 de ellos. Todos iguales excepto un azul más clarito.
Con los marcos bajo del brazo, nos decidimos a irnos. El sol pega fuerte y tenemos la botella de agua en el cajón de la moto.
Pretendemos salir por donde hemos entrado, pero un coche en la entrada, junto a la Vespa. No conseguimos ver al conductor, es un lugar extraño para aparcar.
Buscamos otra lugar por donde salir, atravesamos un campo de aguacates y otro de naranjos por el que cuesta avanzar por la cantidad de yerbajos que hay.
Deshacemos el trenzado de una valla oxidada hasta tener el suficiente espacio para atravesarla. Con los marcos azules en la mano, reptamos.
Tenemos la incertidumbre de si habrá que atravesar, o saltar algún otro obstáculo antes de llegar a la carretera que nos lleva a la moto de manera inocente. Con ayuda GoogleMaps, salimos de dudas.
No hemos tenido que hacer ningún esfuerzo más, tan solo atravesar un campo de tierra, que por el nerviosismos no recuerdo si eran almendros... Dejo los marcos a un lado de la carretera, con la idea de recogerlos una vez hayamos subido a la moto para irnos.
aparecer sin nada, solo con nuestro sudor y sedientos.
La conversación con el conductor, es breve. Pero se le nota la preocupación. -¿Esta moto es vuestra?
¿Cómo se os ocurre dejarla aquí? Pueden cargarla en una furgoneta en un momento y llevarsela.
Si, bueno... venimos de dar un paseo por los campos.
El hombre al vernos, parece tranquilizarse.
cruza con su furgoneta a una parcela cercana, cierra las puertas y desaparece conduciendo por la carretera.
Hacemos tiempo, bebiendo agua y poniéndonos crema solar.
Jaume, recoge el palo toldo que habíamos escondido, deshacemos el tramo que habíamos andado a pie ahora con la moto y paro junto a los 4 marcos. Los recoge y nos vamos.
Revisado:
Marcos Azules. Relato breve.
Camino de sinuosas curvas. Salimos de casa con la idea de resolver cosas. En todas estas cosas hay palos: una salida convertida en filigrana. Resulta motivador resolver varias tareas en un corto espacio de tiempo.
Pasamos por delante de ella sin tener previsto parar. Continuamos, y al avanzar en el camino y ganar altura, vemos la edificación en ruinas. Le faltan las puertas y las verjas de metal, aquel lugar hace tiempo que dejó de funcionar. Desvalijado, pero de una manera ordenada, limpia.
Muchas veces he pasado cerca de allí; pertenece a mis áreas comunes. Pero, por su ubicación, nunca había pensado en la posibilidad de entrar.
¿Cuántas veces he pasado por delante de aquella plantilla pintada en la pared, intervenida por algún espontáneo —"Pirotecnia ANAL"— sin interesarme por visitar el lugar?
Depende de la dificultad o la hostilidad de los lugares: es necesaria la compañía. Que uno empuje al otro, que se contagien las ganas.
Saltamos al mismo tiempo. Un coche viene desde lejos, pero lo hacemos rápido y nadie nos ve.
Al saltar una valla, el momento crítico es el de trepar por ella. Luego, dentro del lugar, no tiene por qué despertar desconfianza. Depende del sitio y del tejido vecinal que haya alrededor. Por lo general, en las zonas con más actividad y flujo de gente, el anonimato es mayor y el compromiso con los espacios, menor.
Dentro, llama la atención la distribución de las casetas: pequeños espacios destinados a la manipulación de explosivos, distanciados unos de otros. Entendemos que para evitar la explosión en cadena, en caso de haberla. Algunas de ellas están rodeadas de paredones de hormigón, quizás donde se manipulaban explosivos más peligrosos o en mayor cantidad.
Más alejados, almacenes donde aún se conservan los soportes cilíndricos donde cargaban la pólvora.
La recorremos caseta por caseta. Ya solo quedan las mesas, que dan pie a imaginar cómo manipulaban los artefactos. Colgados en la pared, aún se conserva un marco de aluminio azul que se repite en todas las salas. Anuncian el tipo de actividad, el número de operarios, la cantidad de material explosivo o las medidas de precaución.
Atraído por el azul y su buena conservación, decido llevarme cuatro de ellos. Todos iguales, excepto uno, azul más clarito.
Con los marcos bajo el brazo, nos decidimos a irnos. El sol pega fuerte y tenemos la botella de agua en el cajón de la moto.
Pretendemos salir por donde hemos entrado, pero hay un coche en la entrada, junto a la Vespa. No conseguimos ver al conductor. Es un lugar extraño para aparcar.
Buscamos otro lugar por donde salir. Atravesamos un campo de aguacates y otro de naranjos, por el que cuesta avanzar por la cantidad de yerbajos que hay.
Deshacemos el trenzado de una valla oxidada hasta tener el suficiente espacio para atravesarla. Con los marcos azules en la mano, reptamos.
Tenemos la incertidumbre de si habrá que atravesar o saltar algún otro obstáculo antes de llegar a la carretera que nos lleva a la moto de manera inocente. Con ayuda de Google Maps salimos de dudas.
No hemos tenido que hacer ningún esfuerzo más, tan solo atravesar un campo de tierra que, por el nerviosismo, no recuerdo si eran almendros o algún frutal…
Dejo los marcos a un lado de la carretera, con la idea de recogerlos una vez hayamos subido a la moto para irnos.
Aparecer sin nada, solo con nuestro sudor y sedientos.
La conversación con el conductor es breve, pero se le nota la preocupación:
—¿Esta moto es vuestra?
—¿Cómo se os ocurre dejarla aquí? Pueden cargarla en una furgoneta en un momento y llevársela.
—Sí, bueno… venimos de dar un paseo por los campos.
El hombre, al vernos, parece tranquilizarse. Cruza con su furgoneta a una parcela cercana, cierra las puertas y desaparece conduciendo por la carretera.
Hacemos tiempo, bebiendo agua y poniéndonos crema solar.
Jaume recoge el palo-toldo que habíamos escondido. Deshacemos el tramo que habíamos andado a pie, ahora con la moto, y paro junto a los cuatro marcos. Los recoge y nos vamos.
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