miércoles, 13 de marzo de 2013

ABRILLANTO


IDEAS











IDEAS
























miércoles, 6 de marzo de 2013

Ionesco tuvo que defenderse del señor Tynan al haber dicho éste que Ionesco está siendo deliberada y explicitamente antirrealista, cuando afirma que que las palabras no tienen ningún significado y que todo lenguaje es incomunicable. Ionesco responde: Sencillamente mantengo que es dificil hacerse comprender aunque no imposible, y mi obra The Chairs es una súplica, patética quizá, para un entendimiento mutuo:

New york Times, enero 1958

(No esta completo)

Sería divertido intentar un experimento, para el cual no tengo en este momento espacio suficiente, pero que espero poder realizar algún día.
Sería divertido intentar un experimento, para el cual no tengo en este momento espacio suficiente, pero que espero poder realizar algún día.
Podría tomar casi cualquier obra de arte, cualquier obra de teatro, y garantizar que podría darle, una por una, diversas interpretaciones, una marxista, otra budista, otra cristiana, otra existencialista, otra psicoanalítica.
Y demostrar el trabajo sujeto a cada interpretación constituye una ilustración perfecta y exclusiva de cada credo, que confirma esta o aquella ideología sin dejar lugar a dudas. Para mí, esto demuestra otra cosa: que cada obra de arte ( a no ser que se trate de un trabajo ya comprendido en una determinada ideología a la que se limita a ilustrar, como en el caso de Brecht) está fuera de toda ideología, que no puede reducirse a ideología alguna. La ideología  a la circunscribe sin penetrar en ella. La ausencia de ideología en un trabajo no significa que haya ausencia de ideas; al contrario, las fertiliza. En otras palabras, no fue Sófocles quien fue inspirado por Freud, sino, obviamente, al revés. La ideología no es la fuente del arte. Una obra de arte es la fuente y la materia prima de las ideologías venideras.
Entonces ¿ qué debería hacer el crítico ? ¿ Dónde debería buscar sus criterios ?
Dentro de la propia obra, de su universo y de su mitología. Ha de mirarlo, escucharlo y simplemente decir si es fiel a su propia naturaleza. El mejor juicio es una cuidadosa exposición de la obra en sí. Para ello se ha de permitir que la obra hable, sin haber sido coloreada por predisposiciones y prejuicios.
Si está o no está en la ¨calle principal¨, si es o no es lo que a ustedes les gustaría que fuera hacer esta consideración ya es emitir un juicio crítico, un juicio externo, falso y que no tiene sentido. Una obra de arte es la expresión de una realidad incomunicable que uno intenta comunicar, y que en algunas ocasiones se puede comunicar. He ahí su paradoja, y su verdad.

Leo el texto al tener interés en ver y entender la obra de teatro ¨chairs¨del autor Ionesco.

domingo, 3 de marzo de 2013

Watts Towers por Anais Nin en el Diario VI



Watts Towers

Cuando Simon Rodia llegó de Italia tenía viente años. Su padre había sido albañil y le habia enseñado su profesión. Se estableció en un piso, en una zona de los Angeles poco edificada, junto a una vía de ferrocarril, porque aquella choza de madera gris, construida en una extraña parcela triangular, era barata. Se dispuso a trabajar. Viajaba en una vieja camioneta Ford desamntelada y regresaba cada noche a su casa de madera gris plomo. Las parcelas a ambos lados de la via del tren estaban desuicadas. Malas hierbas, latas y botellas rotas eran las únicas flores de estos tristes jardines. Algunos neumáticos de automóvil desechados constituían una atracción para los juegos de los niños dle vecindario. Los únicos árboles eran postes de teléfono desnudos. El paisaje iba de la hierba silvestre quemada y pardusca al marrón sucio de los pozos de aceite. Las demás casas eran como la suya, tablas de madera unidas apresuradamente con clavos, con vallas desdentadas tras las cuales cobijaban fmailias de negros y mexicanos. Chirriaban los goznes oxidados de la spuertas. Periódicos viejos aleteaban como pájaros moribundos.
El albañis italiano iba ahora vestido con un mono azul. Su coche er gris y estaba polvoriento. Pero era un albañil muy hábil y tenía trabajo suficiente. Las radios sonaban fuertes y ásperas, y bajo el pretexto de compartir lasnoticias hablaban sólo de crímenes, de malicia, de ganagsters, y nunca informaban de actos de devoción y sacrificio.
A su puerta sólo llamban vendedores. Uno queria venderle un solar para entierro en un cementerio.
No, gracias, contesto. Quiero que me entierren en Italia.
Tabajo duro. Casa tras casa, día tras día. Al final de cada día habia mucho material para tirar, azulejos rotos, mosaicos rotos, cristales rotos, que llevaba a su casa en camioneta.
DUrante sus comidas de salchicas, espaguetis y vino tinto, soñaba. Casi siempre era el mismo sueño. Era en color. Recodaba el suelo de azulejos en la cocina del hogar de su infancia, colocados por su padre. Recordaba las fuentes en la plaza de su pueblo, decoradas con mosaicos. El techo de su iglesia, y las escenas celestiales en mosaicos dorados y azules. Recordaba el chapitel de la iglesia, decorado con azulejos dorados que brillaban al sol. Recuerdos de color. Recuerdos de arcos, columnatas, campanarios, patios y plazas con delicados dibujos en mosaico.
Lo que habia recogido en su terreno eran fragmentos, como si todas las cosas hermosas que habia visto en Italia yacieran allí, destrozadas. Pero los fragmentos, los desechos relucían con la luz, incluso estando rotos. Empezó a darse cuenta de que no podia seguir vivendo en medio de tanta suciedad. Limpió su propio patio, levantó un esqueleto de hierro, parecido a la Torre Eiffel, y sobre esto empezó a pegar con cemento los trozos rotos de azulejos, cristal e incluso de cerámica que encontraba en lso vertederos de basura. No era una reproducción d elo que había visto en Italia. Era su sueño de color, de fragmentos que captaban la luz, un sueño diluido por el tiempo y el recuerdo. Era su propia creación, qu eno se asemejaba a ninguna otra, pero que era capaz de proporcinar el mismo deleite que las contemplación de los techos, las torres y las plazas acabadas de Italia. Con los fragmentos formaba dibujos, dibujos bastractos de flores, mandalas abstractas, utilizando el fondo de una botella como corazón. Habia torrecillas, arcadas, pasajes ojivales, todo ricamente incrustados con cualquier color que pudiera captar la luz. Era una ciudad bizantina vista en sueños, ligeramente borrada por el tiempo, como si los campanarios, de Venecia, los minaretes de Roma, estuvieran todos ellos reflejados en agua, construidos con luz, perdiendo sus angulares contronos. Extrañas formas líricas sobresalían de la superficie plana de la obra: el cuello de cisne de una tetera rota, el mango en forma de lira de una aza. Sus ciudades italianas habían dejado huellas de oro, verde, rojo yplata, sus iglesias el recuerdo de olores visto a través de vidrio pintado. Reunidos con amor en torres acaracoladas, eran más milagrosas, construidas por una sola mano, en medio de la esterilidad, elevándose entre postes de teléfono y malas hierbas muertas y amarronadas.
El vendedor venía cada año para intentar venderle su parcela en el cementerio.
EL albañil tenía cuarenta años. Ya habia dos torres tan altas como  torres de perforación. Venían artistas de todas partes del mundo para verlas.
Un día, cuando vino a verle el vendedor, el albañil que ya tenía ochenta años, se habia marchado. Habia regresado a Italia.

viernes, 1 de marzo de 2013

Paul Auster, La Triología de Nueva York.

También sabemos que escribia libros. Para ser exactos, sabemos que escribia novelas de misterio. Escribía estas obras con el nombre de William Wilson y las producía a razón de una novela, el resto del año estaba libre para hacer lo que quisiera. Leía muchos libros, miraba cuadros, iba al cine. En verano veía los partidos de béisbol en la televisión; en invierno iba a la ópera. Más que ninguna otra cosa, sin embargo, le gustaba caminar.
Casi todos los días, con lluvia o con sol, con frío o calor, salía de sua partamento para cmainar por la ciudad, sin dirigirse a ningún lugar concreto, sino simplemente a donde le llevaran sus piernas.
Nueva York era un espacio inagotable, un laberinto de interminables pasos, y por muy lejos que fuera, por muy bien que llegase a conocer sus barrios y calles, siempre dejaba la sensación de estar perdido. Perdidono solo en la ciudad, sino también dentro de sí mismo. Cada vez que daba un paseo se sentía como si se dejara a si mismo atrás, y entregándose al movimiento d elas calles, reduciéndose a un ojo que ve, lograba escapar de la obligación d epensar. Y eso, más que nada, le daba cierta paz, un saludable vacío interior. El mundo estaba fuera de él, a su alrededor, delante de él, y a la velocidad a la que cambiaba le hacia imposible fijar su atención en ninguna cosa  por mucho tiempo. El movimiento era lo esencial, el acto d eponer un pie delante del otro y permitirse seguir el rumbo de su propio cuerpo. Mientras vagaba sin propósito, todos los lugares se volvían iguales y daba igual dónde estuviese. En sus mejores paseos conseguía sentir que no estaba en ningún sitio. Y esto, en última instancia, era lo que pedía a las cosas: no estar en ningún sitio. Nueva York era el ningún sitio que habia construido a su alrededor y se daba cuenta de que no tenía la menor intención de djarlo nunca más.

INTERESADOS

CONTENIDO