Hambre, Knut Hamsun.
Pag 8.
Nuevamente me incorporé, abandoné la ventana, fui a la silla que me servía de lavabo y humedecí con un poco de agua las relucientes rodilleras de mi pantalón para ennegrecerlas y darles aspecto más nuevo.
Pag 36 o alrededores.
Maquinalmente cogí mis cuartillas y escribí en todos los ángulos la fecha 1848, ¿ Si quisiera surgir aunque sólo fuese una idea, si brotara nada más que una idea que me trajera las palabras a la boca! Ya me había ocurrido algo así; había conocido momentos en que podía escribir grandes párrafos sin esfuerzo y a la perfección.
Estoy en el banco y escribo decenas y decenas de veces 1848. Escribo este número a lo largo, a lo ancho y de revés, de todas las maneras posibles, esperando que surja una idea utilizable. Un enjambre de vagas ideas revolotea en mi mente y la sensación del día que acaba me vuelve melancólico y sentimental.
Ha llegado el otoño comienzan a aletargarse todas las cosas.
No era cuestión de abandonarse, cuando se tenía a la vista la perspectiva del hospedaje sin pagar.
Lentamente comenzaron a asociarse mis pensamientos. Siguiéndoles atentamente escribí tranquilo, con ponderación, algunas páginas, a modo de introducción de alguna cosa.
Escribo como un poseído, y lleno una página tras otra, sin descansar un momento. Las ideas caen sobre mí tan repentinamente y siguen afluyendo con tal abundancia, que pierdo una multitud de detalles accesorios; no me es posible escribirlos tan aprisa, aunque trabajo con todas mis fuerzas. La inspiración sigue fluyendo, el asunto me invade, y cada palabra que escribo me parece como dictada.
Esto dura, dura un tiempo deliciosamente largo. Tengo quince, veinte páginas escritas ante mí, sobre mis rodillas, cuando me paro por fin y dejo el lapicero. ¡Si realmente estos papeles tienen algún valor, estoy salvado! Salto del lecho y me visto.
El día avanza, puedo distinguir a medias el «Aviso» del director de Faros, allá cerca de la puerta; y ante la ventana hay tanta claridad, que hasta podría ver para escribir. Inmediatamente me pongo a copiar mis cuartillas.
De estas fantasías asciende un vapor singularmente denso de luz y de color. Salto de gozo ante cosas tan bellas, puestas unas detrás de otras y pienso que nunca he leído nada mejor.
La cabeza me rueda de alegría, la satisfacción me engrie, y me siento sacado poderosamente a flote. Sopeso mi escrito en la mano, y, a primera vista, lo taso en cinco coronas. Había que convenir en que podrían darse por él diez coronas, teniendo en cuenta la calidad de la materia. No tenía intención de ceder gratis un trabajo tan original. A juicio mío, no se encuentran novelas de tal calibre en todas las esquinas de la calle.
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