sábado, 9 de septiembre de 2017

G y C. Fernando Figueroa.

Esta dinámica delata que si una caca deja de ser caca por estar en un orinal en vez de en una acera o en el campo, es que no es tan caca por sí misma.; pero que si persiste la consideración de algo como caca, sin serlo, por estar en un orinal, estamos ante una perversión. También, si no es una caca ni la ubicación es infame, pero insiste en considerarlo una caca, estamos ante una discriminación planificada que incide en la aniquilación.
El arte interviene en ese proceso, adulterado por su consideración como mercancía, transmutando la caca al reubicarla en un marco de prestigio, haciéndola menos caca o más cuca. Aparentemente  depende de la entidad asignada al marco y he ahí que observamos la contemplación de la calle por la cultura oficial como el configurador de una etiqueta peyorativa: lo callejero, apechugando con el estigma del recipiente ( la calle como letrina ). Aquí el prejuicio clasista contra lo popular, visto como subproducto o infracultura, adquiere un notable protagonismo y por muchos siglos ha establecido que lo que se sitúa en la calle por la gente de la calle es una caca, por oposición con el hogar, lo hospitalario, lo templario, lo palaciego, lo museistico, etc.


G y C. Fernando Figueroa.

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