miércoles, 19 de julio de 2017

La ciudad entera para él.
La población durante once meses del año quería a su ciudad. Los rascacielos, los distribuidores automáticos de cigarrillos, los cines con pantalla panorámica eran motivos indiscutibles de continua atracción. El único habitante a quien sin lugar a dudas no cabía atribuir tal sentimiento era Marcovaldo; aunque lo que él pensara -primero- costara saberlo, dada su escasa disposición comunicativa, y -segundo- pintaba tan poco que, sea como fuere, tampoco importaba.
Así transcurría el año, comenzaba el mes de agosto. Y, de pronto, se asistía a un cambio de sentimientos general. A la ciudad ya no la quería nadie: los mismos rascacielos y pasos subterráneos de peatones y aparcamientos, hasta entonces tan queridos, se hacían antipáticos e irritantes. La población no tenía otro deseo que largarse cuanto antes: y así a puro llenar trenes y embotellar autopistas, para el 15 del mes se habían ido lo que se dice todos. Menos uno. Macollado era el único habitante que no abandonada la ciudad.

Marcovaldo
Italo Calvino.

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