martes, 29 de abril de 2025

Escribir Antes. Sabina Urraca.

Pero para escribir una novela, hay que huir del exterior durante un tiempo, controlar y acotar la fascinación, porque toda no cabe en un libro.


Escenas dictadas al móvil, borracha, de vuelta a una presentación. No hay ningún capítulo escrito enteramente en el ordenador, sentada en el escritorio. No hay ningún capítulo escrito como debe ser. 


Que ganas de reírme, así de mis textos de mierda, 


Y ahora los sueños, ese pequeño descanso audiovisual que se da con la mano abierta, 


Lo que más miedo me da es estar cometiendo el mismo error con otra palabra, 


Solo sé que sería idiota sin utilizarse lo que la realidad me pone delante. Y también sería idiota. Si inventase todo lo que me apetece. 


Una escritora cómoda para una madre asustada. Que escribe, pero sin pasarse. 


Cuando mejor lo estoy pasando en la escritura, describiendo un gesto concreto de un personaje, el acto de mímica de hacer como que mata un cerdo invisible y diminuto y lo despieza con un cuchillo invisible, me acuerdo: dios mío, la trama. Esto tiene que avanzar. Ahora, cuando termine con este deleite, debo hacer caminar las historias, que pasen cosas.


En los trazos mínimos, el mundo es el mundo en el que me gustaría vivir. 


Recuerdo, de pronto, como bebe agua, mi madre. Toma el vaso con ganas, como una niña que no tiene un minuto para dejar de jugar. Se lo acerca la boca y lo va inclinando poco a poco. A medida que bebe, abriendo los ojos y más, y tira, entre sorprendida y escandalizada de su propia sed. El asombro va creciendo a medida que el agua desaparece. Cuando termina, deja el vaso sobre la mesa. Sigue con los ojos muy abiertos durante unos segundos, fingiendo espanto, sorpresa ante su propia voracidad de agua. 

Querría escribir así, como mi madre, bebiendo agua. Levantar un artificio, gracioso, sencillo, escrito con sed.


Me lo digo para saberlo yo, para agarrarme a alguna cuerda. 


Escribir al fin y al cabo, es hacer una chabola bonita con los materiales que sea. Que se sostenga. 


Un sueño profundo, como pocos, sin textos. Solo imágenes quietas, rotuladores puestos en fila. 


Ojalá llueva algunos días para mantenerme encerrada. Ojalá no haya ningún bicho fascinante que merezca largos paseos buscando. 


También quedarme quieta y escribir es ir con mi tendencia natural. Mi tendencia natural es caminar, buscando un jabalí, y en el paseo, escribir un libro en mi cabeza, sin llegar nunca a trasvasarlo al exterior. 


Que ningún romance con el entorno me aparte de lo que intento escribir. 


Tan cercano a las dificultades de la escritura: una playa que a veces está, y otras no está. Cuando no está, parece imposible que en ese lugar haya habido otra cosa que hago oscura, pero playa volverá aparecer. 


Comparti el texto en Instagram, y enseguida había varios comentarios del tipo. Ten cuidado, se puede lastimar con los huesitos. Responder a un libro no es tan fácil ni tan inmediato. Un libro por mucho que exponga, protege. Basta ya de pedacitos lanzados al espacio.


Es por eso, por lo que hay que escribir un libro: mi torrencial en redes no es recibida casi nunca como literatura, sino como una puerta abierta a que gente es desconocida me hable, algo sobre lo que comentar inmediatamente. Una vez escribí una metáfora larguísima que partía de la imagen de mi perra, intentando coger una chuleta podrida de la calle. La chuleta no existía, era la excusa para hablar de otra cosa. Compartí el texto en Instagram, y enseguida había varios comentarios del tipo: ten cuidado, se puede lastimar con los hueso titos. Responder a un libro no es tan fácil ni tan inmediato. Un libro, por mucho que exponga, protege. Basta ya de pedacitos lanzados al espacio. 


Todos, intentando llevar la escritura a buen puerto, dándonos de cabezazos, cada día contra textos, que no se dejan escribir.


Diciéndole a mi cerebro, que no se lo tome del todo en serio, porque sé que es la única manera de arrancar. 


Por la noche hablamos de conducir borracho como, de no saber cómo has llegado a un sitio. Es precisamente eso lo que me interesa describir. 


He aprendido en esta Casa Blanca frente al mar?


A no excederme en la desesperanza, pero tampoco en el júbilo, pues luego vendrá de nuevo la desesperanza, y luego el júbilo de Nuevo (y así para siempre) (y no solo con la escritura). 


Ir una y otra vez a los mismos sitios. Rumor del mar, ansiolítico casi infalible. Tengo miedo de volver a Madrid sin haber llegado nunca al final de estas playas, así que traspaso el límite del camino conocido y me pierdo por los senderos nuevos cada vez más estrechos. Encuentro la ruta que me dijeron que no existía. Es intrincada, hay que apartar ramas, pero existe los árboles, me raspan, el sudor pica, me asfixio andando cada vez más rápido, porque temo que el camino no sea circular, que se haga demasiado largo, que tenga que volver por donde he venido y la noche me pilla en el bosque. Pero el sendero es un círculo que me lleva de nuevo a casa por un lugar nuevo, con casas de ricos, muy ricos que tienen monos y guacamayos, o quizá hijos que lanzan los mismos alaridos que los monos y los guacamayos, porque en realidad oigo gritos exóticos, pero no veo nada a través de las verjas tapizadas de plantas treparas. Ya casi al lado de Sania, a pesar de que ya atardece y una niebla rara empieza a colarse entre los árboles, decido bañarme en la playa prohibida. Un cartel visa de desprendimientos. Es precisamente por eso, la más bonita. Quizá también sin estar prohibida sería la más bonita, pero eso nunca se podrá saber. Aunque esta tarde parece la playa de un monstruo marino, Con esa niebla finísima que empieza desplomarse sobre todas las cosas. Avanzo abrazadas largas, sin sacar la cabeza para respirar. Cuando me detengo en lo que calculo que será la mitad de la pequeña bahía que forma la Cala no hay playa y no hay nada porque las nieblas se lo devoro todo. Contengo el miedo, y me atrapa igual. Giro sobre mí misma buscando algún punto de referencia, porque no sé dónde está la playa y donde el mar abierto. Solo estoy yo, metida en un cuadradito profundísimo de agua salada son cinco segundos de parco absoluto antes de ver un barco lejano, tamizado por la niebla como un velero fantasma, pero que me permite determinar hacia donde no debo ir. Nado abraza con el cuello tieso como una señora que no se quiere mojar el pelo, pero no es el pelo, lo que me importa sino la vida. Vuelvo a casa, temblando, pero emocionada. Me prometo no contar nada, guardarme ese secreto. Como siempre, termino contándolo en la cena.

Pág 65.

Esta vida momentánea de lujo me acerca a la tranquilidad, pero me aleja de mi realidad


Juguetes dejados, tal y como quedaron el último día de la infancia (solito, mi muñeco preferido: lo vestí de karateca justo antes del momento exacto en el que me dejaron de interesar los muñecos y quedó ya vestido de karateca para siempre) 


Tengo que escribir, escribir, escribir hasta terminar. 



,disfrutando de la escritura en redes, divirtiéndonos, de verdad, textos que corrían como una bala y te rozaban todo el cuerpo al pasar. Y la gente los leía y se reiamos enfadada, según le apeteciera. Un poco como esas horitas de teatro de la infancia preparadas corre recorren la hoguera de San Juan mientras los mayores comían nieve bien. Realización breve y fulminante. Diversión para el momento. Aplausos. Y claro, luego las niñas de Internet llegamos a la escritura del libro y, es el momento de demostrar lo bueno para la posteridad. Entonces nos brota una música insoportable de clavicordio, no hay quien se trague eso. 


Hoy me digo: quédate así, no te peines, no te peines. No hagas arabescos. Solo escribe divirtiéndote, como antes. 


Miedo y rabia de que la gente necesite que las cosas sean suyas, o iguales que las suyas, personajes como ellos, pero mejores: no me gustó porque no me identifique nada. Más dignos, orales, que ofrezcan una conclusión o enseñanza: no entendí el mensaje del libro. Que rellenen sus huecos. Yo quiero escribir un libro que excave más huecos y los deje vacíos con el aire pasando.


Yo, que nunca he ido por la calle escuchando música, precisamente para no perderme las palabras y las escenas del mundo, ahora camino rápido hacia Yoga, como una mula con orejeras para mantener el camino recto, escuchando en los auriculares una canción de Elena Burke, que se llama lo material. Ese tema, escuchado en bucle, me llena de determinación. 


Muchas novelas por las que siento adoración, todas son obras, cuyas autores escribieron por una pulsión íntima, olvidados de que ahí fuera había un mundo que iba a leerles. He estado durísimo y febril, escribir sola, encerrada, escondida para nadie, es lo más parecido a escribir antes. No sé si esto es de terminación genuina o simple pereza, la verdad. Porque dejarse ser una misma También puede significar abandonarse, no ducharse y abotagarse en un sofá.


La idea de no pertenecer a un lugar, sino las historias de ese lugar. 


Escribo para ella toda la tarde. 


Todo debe ir enfocado a la trama principal, que, de todas formas, tiene 1000 meandros. 


Así, jugaba de pequeña el videojuego del Prince of Persia: nada de avanzar, ni luchar; convertía en antihéroe al héroe, haciéndolo ir y volver del mismo sitio, saltar en el aire, sin propósito alguno, golpearse contra un muro (el monigote emitía una queja atragantada que me chiflaba). En ese juego, infructuoso en la no-aventura, encontraba un lugar en el que podía existir únicamente siendo, sin necesidad de mostrar destrezas alguna. Para una hija única de padres exigentes, la pereza, el devaneo, la deriva, son un Sirope tan dulce que hace llorar.

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