La ciudad entera para él.
La población durante once meses del año quería a su ciudad. Los rascacielos, los distribuidores automáticos de cigarrillos, los cines con pantalla panorámica eran motivos indiscutibles de continua atracción. El único habitante a quien sin lugar a dudas no cabía atribuir tal sentimiento era Marcovaldo; aunque lo que él pensara -primero- costara saberlo, dada su escasa disposición comunicativa, y -segundo- pintaba tan poco que, sea como fuere, tampoco importaba.
Así transcurría el año, comenzaba el mes de agosto. Y, de pronto, se asistía a un cambio de sentimientos general. A la ciudad ya no la quería nadie: los mismos rascacielos y pasos subterráneos de peatones y aparcamientos, hasta entonces tan queridos, se hacían antipáticos e irritantes. La población no tenía otro deseo que largarse cuanto antes: y así a puro llenar trenes y embotellar autopistas, para el 15 del mes se habían ido lo que se dice todos. Menos uno. Macollado era el único habitante que no abandonada la ciudad.
Así transcurría el año, comenzaba el mes de agosto. Y, de pronto, se asistía a un cambio de sentimientos general. A la ciudad ya no la quería nadie: los mismos rascacielos y pasos subterráneos de peatones y aparcamientos, hasta entonces tan queridos, se hacían antipáticos e irritantes. La población no tenía otro deseo que largarse cuanto antes: y así a puro llenar trenes y embotellar autopistas, para el 15 del mes se habían ido lo que se dice todos. Menos uno. Macollado era el único habitante que no abandonada la ciudad.
Marcovaldo
Italo Calvino.
Italo Calvino.
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