Anda en busca constante de nombres, y es que el nombre es una puesta en el mundo del espacio, una invención personal de una geografía o de su apropiación a la escala del cuerpo.
El caminante no se distrae, no pregunta el nombre del país o de la región por la que anda, sino que se interesa más bien por los lugares minúsculos que jalonan su avance o que aparecen ante su mirada.
Más tarde, los nombres serán como las flores japonesas del sueño, el enunciado que invoca una plétora de recuerdos.